
Ángel Hernández
Cuando el río Vinasco rugió con la furia de las lluvias torrenciales, no sólo arrastró agua: rompió caminos, aislo comunidades, y puso en jaque la forma de vivir de gente sencilla del municipio de Texcatepec. Las lluvias intensas provocaron desbordamientos que fracturaron el único acceso viable para llevar víveres, medicinas y esperanza entre las rancherías y la cabecera municipal.
Pasaron los días. Llegaron algunos apoyos, lentos. Y llegó la frustración. Hasta que una idea radical se impuso: “si no lo arreglan, lo hacemos nosotros”.
De la desesperación a la acción
En la comunidad de Tzicatlán (de Texcatepec), hombres y mujeres del campo se reunieron bajo un mismo espíritu ancestral: tierra, lucha y solidaridad. Ya habían improvisado otros recursos temporales — dicen, una tirolesa artesanalpara cruzar cargas ligeras sobre el cauce —, mientras esperaban se restableciera el puente oficial. Pero la tirolesa resultaba insuficiente: pesada, riesgosa, limitada.

Así nació la idea más grande: construir un puente colgante de madera, sostenido con sogas, troncos y manos curtidas por la faena diaria.
Manos que construyen más que un puente
La escena es poderosa: hombres trepando a ramas recortadas, mujeres midiendo sogas, todos cargando madera en hombros, ajustando nudos, asegurando cada tabla, cada cable improvisado. El puente no es perfecto ni profesional, pero es, sin duda, vital.

Permite cruzar el río Vinasco para llevar despensa, para que un niño alcance la consulta médica, para que una madre regrese con medicinas, para que la carga de insumos agrícolas pueda moverse. Es comunión entre familias, ancianos, niños; es solidaridad, concreto en fibra de madera y sacos de esperanza.
Reclamo y dignidad
Pero el puente también es un grito. Un reclamo silente, cargado de dignidad: “Somos nosotros los que vivimos esto. Somos nosotros los que necesitamos respuesta. Si no llegan, actuamos”. El puente es, al mismo tiempo, solución y denuncia — solución temprana frente al olvido, denuncia del retraso institucional.
Vecinos señalan que los gobiernos locales tardaron en responder, que la maquinaria no llegó, o se quedó en papeles. Que las lluvias no fueron sorpresa. Y que, cuando la ayuda finalmente arribe, ya debieron cruzar por este puente rústico.
Símbolo de resiliencia
Hoy ese puente colgante es más que un paso por encima del agua: es símbolo de la fuerza de una comunidad que no espera, que no cesa. Que, con lo que tiene — manos, madera, cuerdas — levanta lo que la naturaleza y las carencias derribaron.

En Texcatepec, Veracruz, ese puente improvisado inspira algo profundo: la certeza de que el ingenio mexicano florece precisamente cuando el olvido pesa más.
Y aunque ese puente tendrá que resistir lluvias futuras, el testimonio ya está cimentado: mientras otros esperaban, ellos construyeron su propio camino.