“El corazón que alguna vez endulzó nuestros días”

Por: Ángel Hernández

La Concepción Jilotepec .- Entre los cerros de Jilotepec, donde el aire huele a caña y a recuerdos, se levanta aún el esqueleto de un gigante dormido: el Ingenio Azucarero La Concepción.

Para muchos, solo son paredes oxidadas, chimeneas mudas y hierba creciendo entre las ruinas. Pero para quienes somos de la Concha, ese lugar sigue vivo, latiendo con la memoria de su gente.

Hubo un tiempo en que el silbato del ingenio marcaba el ritmo de la vida. El amanecer encontraba a los trabajadores en los surcos, machete en mano, y al caer la tarde, las chimeneas dibujaban en el cielo una nube dulce que significaba trabajo, pan y orgullo.

Ahí se forjaron historias de esfuerzo, de familias que crecieron entre el vapor y el azúcar, de hombres y mujeres que con sus manos levantaron una comunidad entera.

Pero en 2010, el rugido del ingenio se apagó.

El silencio cayó como una sombra sobre las casas, las calles y los sueños. Muchas familias perdieron no solo su empleo, sino también su esperanza. Las máquinas se detuvieron, el humo dejó de bailar sobre los techos, y el corazón de la Concha pareció detenerse.

Hoy, cuando uno pasa frente a esas viejas torres que aún escupen un poco de humo al recuerdo, no puede evitar sentir una punzada en el pecho. Porque cada ladrillo, cada tubo oxidado, guarda una historia. La de un pueblo que supo trabajar, luchar y compartir.

Y aunque el ingenio cerró sus puertas, La Concepción no se rindió.

Seguimos aquí, los hijos de la caña, los nietos del esfuerzo, los que aprendimos que el trabajo dignifica y que las raíces no se arrancan.

Porque la Concha no es solo un lugar —es un sentimiento—. Y mientras haya quien la recuerde con orgullo, su historia seguirá viva, dulce y poderosa… como el azúcar que alguna vez endulzó nuestras vidas.

Hoy, la esperanza vuelve a brillar entre sus calles y montes.

Hay confianza en que las autoridades miren de nuevo hacia este rincón con justicia y compromiso, pero sobre todo, hay fe en su gente: en los jóvenes que no olvidan, en las mujeres que sostienen con amor cada hogar, y en los hombres que siguen creyendo en el valor del trabajo.

Porque en la fidelidad de su pueblo, en su corazón y en su amor por la tierra, La Concha sigue viva, esperando el día en que su historia vuelva a florecer.

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